LO FRÁGIL DE LA MEMORIA
Hace unos minutos tomé mi lápiz azul (“pasta”, como le decimos acá en Chile) para tomar unos apuntes de un texto que estoy leyendo. La marca y tipo de lápiz eran los favoritos de mi abuela. Por eso lo compré, porque es como tener un pedacito de ella cada día mientras escribo. Me acordé de lo bella que solía ser su caligrafía, muy fina y cuidada, un motivo de orgullo para ella, algo que los demás le alababan con frecuencia. Y de inmediato pensé: “recuerdo su letra, pero no tengo en mi poder nada que haya escrito ella”.
Es inevitable para mí, si voy a hablar de la memoria, referirme a ella. Su Alzheimer comenzó hace varios años, avanzando progresiva y despiadadamente. Ya no es quien solía ser. Ya no es aquella que escribía con caligrafía perfecta y delicada hasta el recado que le daban por teléfono. Ya no es la que se ufanaba de sacar cuentas perfectas sin usar calculadora… la que se sabía de memoria los números de teléfono de sus familiares y amistades. Yo la recuerdo como solía ser. Y esa que solía ser, todavía es… gracias a mi recuerdo. ¿Recordaré siempre aquellos detalles? ¿Cuánto tiempo más permanecerán en mi memoria?
Quienes han estado en contacto cercano con las demencias en el Adulto Mayor sabrán comprenderme. Es una transformación lenta y paulatina de la persona, hasta que ya es otra distinta. Con su voz, con sus caricias… con trazas de recuerdos aleatorios que son como mariposas que se posan un instante en su frente, y emprenden un vuelo. Y somos nosotros quienes nos apegamos y preguntamos con el alma en un hilo “¿se acuerda quién soy?” esperando que esta vez la respuesta sea la que queremos, que nuestro nombre salga aunque sea en un susurro de esa voz gastada, que nuestro nombre reemplace a esa mirada perdida y dudosa, llena de angustia… y a veces ni siquiera eso (¿me habrá escuchado lo que le pregunté?). Nosotros nos angustiamos y pecamos de transmitir nuestra angustia al viejo, a la vieja. “Hola abuela, soy yo, tu nieta”. Una sonrisa de bienvenida. Un beso marchito y cálido. Paz.
La memoria. Corremos tras ella y cada vez que creemos alcanzarla huye y se aleja. ¿Qué recuerdos son los que nos pesan tanto, que cuando llegamos a viejos queremos olvidar? ¿Qué nos está queriendo decir nuestro cuerpo? (“Olvida… suelta… deja ir…”) ¿Cómo nosotros, como familias, ayudamos a soltar, a dejar ir…? ¿Cuál es nuestro rol, nuestra tarea?
Me viene a la cabeza la imagen de una persona con sus brazos atiborrados de paquetes, que son como los recuerdos acumulados en nuestra memoria. Y ya son tantos, y la carga es tan pesada que poco a poco los van dejando caer… hasta que ya en los brazos quedan cada vez menos paquetes, hasta que el cansancio hace soltarlos todos… Esos paquetitos que fueron un tesoro para nuestro viejo, para nuestra vieja… ¿qué tal si los recogemos? “Mira abuela, dejaste caer este paquete, pero no te preocupes, yo lo guardo… yo lo cuido…”
Planteo entonces como tarea y como desafío “recoger los paquetitos” de nuestros viejos, atesorarlos y cuidarlos. Nuestra memoria también es frágil, y algún día querremos recordar, volver a leer esa carta, a mirar esa foto, a escuchar esa canción… ¿cómo era que decía esa canción que escuchaba el abuelo? ¡Bah! ¡se me olvidó!.-
Síguenos
Estamos en las siguientes redes sociales